Abducido por la realidad, Pedro queda absorto, en estado casi inanimado, rechazando en su matriz la idea que se le presenta de manera espontanea; la teoría de la incertidumbre lo paraliza sin darle la chance de canalizar su frustración mediante los deshechos de algunos iones desde los capilares hacia el interior del túbulo (en la zona distal, claro esta). Esto lo mortifica de tal manera que expulsa rabia por sus poros cual uranio empobrecido en una falla molecular.

martes, 27 de enero de 2015

Lo infinito

Aferrado a mis negligencias, me deleitaba gratamente en las cúspides plateadas de sus sienes. Ese incólume momento inmaculado cuando, los dos, frente a frente, quedábamos absortos en contemplarnos detalladamente hasta el inagotable punto de adivinar, con la certeza del augur, cada lumínico recorrer neuronal del adversario.

Podía leer, tras cada rutinario parpadeo sus fabulaciones desmedidas en mi contra, cada vez que, cual fuelle de fragua celta se dilataba su tórax, distinguía tras la densa cortina de humo, los dientes afilados que brillaban como perlas de Myanmar.

Me miraba sin mirar, sin interés, dolorido en la lúdica repetición de lo cotidiano, ahuyentando la codicia de la victoria, desmereciendo la necesidad irremediable de someterme nuevamente a la derrota.

Emocionado igualmente con la contemplación de la victoria, estudiaba sus pétreas facciones con el interés del que analiza un petroglifo perdido en un remoto remolino esmeralda.
Debía hacer uso de todos mis recursos sensoriales para anticipar, con efectividad, las difusas opiniones que desmedidamente golpeaban salvajes mi broca. Era cuestión de pensar lo justo y necesario, ni más ni menos, había una sola posibilidad y no podía perderla.

Su paciencia inagotable como las piedras de Tik’al, hacían perforaciones imprecisas en el sostén de mi estructura. Era necesario recordarme que el timo que me proponía se vería irremediablemente expuesto por las habilidades superiores de su majestuosa  suntuosidad.

Se pone enérgicamente de pie pero tan pausadamente que ese colosal momento me pareció infinito, como Urano en el momento de regodearse en la contextualización del bronce.

Quedo solo, contemplando la profundidad de la derrota, humillado por lo inevitable del abismo que me fecunda.

El cabello albino que tiende Venus hasta mi me obnubila arrancándome de mis turbias cavilaciones.
Mañana, sus áureas sienes serán escudriñadas infatigables por el desprolijo vituperio de la derrota.


Zaratustra, Richard

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